Aviso que este post contiene pequeñísimos, ínfimos spoilers sobre la película-documental Senna. Me quedo más tranquila si lo advierto.

Me parece mentira ser tan despistada. Supongo que fue una de esas cosas que dejas para el día siguiente y simplemente se va de tu cabeza, pero es que aún no he comentado en profundidad esa maravilla de documental que es Senna.
Vi la película acompañada por unos seres queridos que me (valga la redundancia) acompañan casi siempre en esto de la F1. Habíamos dejado la reunión para el día 1 de mayo, tan señalada fecha, y por suerte no hubo nada que nos lo impidiera (ya se sabe lo rápido que se suelen fastidiar los planes por anticipado... nada menos que mes y medio por antipicado).
Fue magia desde el primer fotograma Todo era de verdad. Las narraciones, las imágenes. No es una recreación del momento, es el momento. No hay voces en off narrando, recordando, sino voces en off tal y como sonaron en los años que recorre la película. Aquella carrera de Brasil, aquella tremenda hazaña de Ayrton y los escalofríos que te recorren al ver esas imágenes en que no puede ni levantar los brazos.
En el momento en que iba a ocurrir el accidente de Donnelly, tuve que abandonar el salón un momento, y desde esa otra parte de la casa escuché el grito ahogado y el sollozo. Una de mis acompañantes había visto el escalofriante accidente del inglés con cualquiera de, aunque suene terriblemente edulcorado "nuestros niños" (nunca intentéis descifrar el lenguaje formulero entre dos fans,cambia de uno a otro). Mi reacción fue quitarle importancia porque hoy día no es como en esa época, pero por dentro se me había encogido el estómago. Ese miedo siempre está ahí. Cuando vuelva a ver la película, seguramente desvíe la mirada en esa escena.
Esa reunión de la FIA en que se oye una voz nasal y pastosa, que se mete donde no la han invitado, y todos dijimos casi al mismo tiempo "Tenía que ser Piquet"; el único momento en que cambiamos el ensimismamiento por la carcajada.
Nada es tan perfecto, y se acusa al director de dejar a Prost como un villano y a Senna como un héroe. Los que conocemos la historia, aunque sea años más tarde, no lo vemos así. Al menos, yo no. Yo no vi un villano ni un héroe, ni por un lado ni por el otro. Yo solo vi dos pilotos con alma de ganador. Un veterano y un aprendiz que quería ser mejor que él. Una historia verdadera de superación, como se han dado siempre en la F1. Puntos de vista que una vez más dependen de "de qué lado estés", más -istas que añadir a esta complicada pasión. Nada menos que la realidad, más o menos manipulada por un montaje cinematográfico, pero la realidad al fin y al cabo. Ayer comenté con un amigo que a la gente se la quiere más pese a lo que es que por lo que es en sí. Por eso, cuando sale en una conversación ese afán por desmitificar a Senna, yo meneo la cabeza con una sonrisa triste. Qué más da. Una cosa nunca quita la otra.
Era todo un espectáculo ver a Ayrton antes de una carrera. Lo que ocultaban aquellos ojos oscuros. Su mirada tenía algo. Algo extraño, que quieres desentrañar pero al mismo tiempo prefieres no conocer. Porque es casi como magia.
Cuando en la pantalla apareció el 1 de mayo de 994, el silencio se podía cortar con un cuchillo. No queríamos verlo. Sabíamos qué pasaba, sabíamos cómo pasaba, pero no queríamos verlo. No queríamos que tuviera que ocurrir. Al final de la película, todos estábamos abrazados llorando. Se nos había perdido el paquete de kleenex tras el accidente de Donnelly; al día siguiente apareció bajo el sofá-cama. Una de esas tonterías que nos entran, esa manía mitificadora que nos da con los objetos y los momentos en que los usamos, me impidió volver a utilizar los kleenex que contenía.
El nombre de Prost aparece justo antes de los créditos finales. Había continuado con la asociación benéfica de Ayrton tras su muerte. Fue el momento en que más lloré.
¿Qué más da si alguno había pensado que era "el villano"? ¿Qué importaba?

Me parece mentira ser tan despistada. Supongo que fue una de esas cosas que dejas para el día siguiente y simplemente se va de tu cabeza, pero es que aún no he comentado en profundidad esa maravilla de documental que es Senna.
Vi la película acompañada por unos seres queridos que me (valga la redundancia) acompañan casi siempre en esto de la F1. Habíamos dejado la reunión para el día 1 de mayo, tan señalada fecha, y por suerte no hubo nada que nos lo impidiera (ya se sabe lo rápido que se suelen fastidiar los planes por anticipado... nada menos que mes y medio por antipicado).
Fue magia desde el primer fotograma Todo era de verdad. Las narraciones, las imágenes. No es una recreación del momento, es el momento. No hay voces en off narrando, recordando, sino voces en off tal y como sonaron en los años que recorre la película. Aquella carrera de Brasil, aquella tremenda hazaña de Ayrton y los escalofríos que te recorren al ver esas imágenes en que no puede ni levantar los brazos.
En el momento en que iba a ocurrir el accidente de Donnelly, tuve que abandonar el salón un momento, y desde esa otra parte de la casa escuché el grito ahogado y el sollozo. Una de mis acompañantes había visto el escalofriante accidente del inglés con cualquiera de, aunque suene terriblemente edulcorado "nuestros niños" (nunca intentéis descifrar el lenguaje formulero entre dos fans,cambia de uno a otro). Mi reacción fue quitarle importancia porque hoy día no es como en esa época, pero por dentro se me había encogido el estómago. Ese miedo siempre está ahí. Cuando vuelva a ver la película, seguramente desvíe la mirada en esa escena.
Esa reunión de la FIA en que se oye una voz nasal y pastosa, que se mete donde no la han invitado, y todos dijimos casi al mismo tiempo "Tenía que ser Piquet"; el único momento en que cambiamos el ensimismamiento por la carcajada.
Nada es tan perfecto, y se acusa al director de dejar a Prost como un villano y a Senna como un héroe. Los que conocemos la historia, aunque sea años más tarde, no lo vemos así. Al menos, yo no. Yo no vi un villano ni un héroe, ni por un lado ni por el otro. Yo solo vi dos pilotos con alma de ganador. Un veterano y un aprendiz que quería ser mejor que él. Una historia verdadera de superación, como se han dado siempre en la F1. Puntos de vista que una vez más dependen de "de qué lado estés", más -istas que añadir a esta complicada pasión. Nada menos que la realidad, más o menos manipulada por un montaje cinematográfico, pero la realidad al fin y al cabo. Ayer comenté con un amigo que a la gente se la quiere más pese a lo que es que por lo que es en sí. Por eso, cuando sale en una conversación ese afán por desmitificar a Senna, yo meneo la cabeza con una sonrisa triste. Qué más da. Una cosa nunca quita la otra.
Era todo un espectáculo ver a Ayrton antes de una carrera. Lo que ocultaban aquellos ojos oscuros. Su mirada tenía algo. Algo extraño, que quieres desentrañar pero al mismo tiempo prefieres no conocer. Porque es casi como magia.
Cuando en la pantalla apareció el 1 de mayo de 994, el silencio se podía cortar con un cuchillo. No queríamos verlo. Sabíamos qué pasaba, sabíamos cómo pasaba, pero no queríamos verlo. No queríamos que tuviera que ocurrir. Al final de la película, todos estábamos abrazados llorando. Se nos había perdido el paquete de kleenex tras el accidente de Donnelly; al día siguiente apareció bajo el sofá-cama. Una de esas tonterías que nos entran, esa manía mitificadora que nos da con los objetos y los momentos en que los usamos, me impidió volver a utilizar los kleenex que contenía.
El nombre de Prost aparece justo antes de los créditos finales. Había continuado con la asociación benéfica de Ayrton tras su muerte. Fue el momento en que más lloré.
¿Qué más da si alguno había pensado que era "el villano"? ¿Qué importaba?